Este mes es dedicado a las Madres y los Maestros.
Cosa curiosa, dos personajes que marcan la vida de un niño desde la infancia hasta su madurez. El maestro nos corrige, nos enseña y nos forma para la vida del mundo exterior. Pero la Madre, la madre nos cobija, nos forma interiormente, nos inculca los valores, el amor al prójimo, el amor a lo que hacemos y el entusiasmo por el futuro.
Definitivamente, durante nuestra vida vamos comprobando cómo se rompen lazos con personas que pasan por ella aun siendo estas aparentemente duraderas. Pasa lo mismo con algunos familiares o quizá hasta un amor que creíamos sería para siempre. Pero hay uno que permanece ahí, intacto, en silencio, sin necesidad de decir una sola palabra; solo con sus cuidados, su mirada y su presencia nos sabemos eternamente amados, y esa es Mamá. La que puede pasar sin dormir horas completas de un día y sigue atenta de nuestro proceder por la vida.
“Esa que está al pendiente de que no sufras, y sí lo haces, te consuela con un abrazo y tus lágrimas las convierte en fuerza para sacudirte y seguir adelante”.
La que te impulsa para ser mejor cada día, la que te repite que eres único e irrepetible y que mereces ser amado y respetado; la que te corrige a su manera cuando es necesario y que dice sí o no, de acuerdo a lo que más te convenga.
Ahí está esa relación inquebrantable, la más fuerte, la más solida, la más bella.
La que esta aún más allá de la vida. Por esa y muchas razones más…
Gracias Madre... Gracias a todas las Madres.
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