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Leer Para Ser Libres

Por: José A. Ciccone



El filósofo inglés Francis Bacon, dejó sentada esta afirmación psicológica que bien podría hacernos reflexionar sobre el valor de nuestros recursos informativos: “Eres lo que eras el día en que naciste más dos cosas: las personas que has conocido y los libros que has leído en tu tránsito de vida.”

El libro, como parte importante de la memoria colectiva, tiene un papel de primer orden en el proceso cultural del género humano y en el evolutivo de los individuos. Junto con sus similares, forman un conjunto de elementos inseparables de los actos más trascendentes del hombre civilizado; su cultura, su actividad individual y social, su proyección hacia los suyos, a los que lo rodean y hacia los que vendrán.

Definido como objeto, -en sentido lato-, el libro puede considerarse similar a una superficie sobre la cual se han trazado signos representativos de estados mentales, que pueden ser transportados sin mayor esfuerzo de un lugar a otro, en convivencia armónica con distintas generaciones, idiomas y diferentes perfiles, mal rotulados, como –socioeconómicos-.


A propósito de las dudas que se siguen generando en algunas personas –a pesar del auxilio de los diccionarios digitales que pululan en distintas plataformas-, existen vocablos de uso no común ni diario, que provocan interrogantes en su aplicación correcta, por lo tanto, tratamos de no utilizarlos para evitar caer en errores a la hora de platicar o escribir, vieja costumbre esta última, que algunos humanos seguimos ejerciendo con pasión, alegría y dedicación. Generalmente, en los libros se encuentran las respuestas, con su carga de sabiduría e imaginación, son el mejor auxiliar de nuestra querida, vasta y riquísima lengua española.



Aquí inicia una reflexión sobre este tópico, que ya abordamos en otras oportunidades.


Hay cantidad de público, -por fortuna y aunque a muchos les parezca increíble-, que pide artículos relacionados con el tema lectura de libros y opinan que nosotros, los comunicadores, debemos hacer algo al respecto para que los jóvenes le tomen cariño a la lectura, un hábito que fue perdiendo terreno –las cifras en venta de libros lo demuestran- y que indudablemente debemos recuperar, ya que en los últimos años con el advenimiento y posteriores veloces adelantos del internet, los auxiliares móviles con pantallas táctiles y los audio libros –que por cierto no enseñan a escribir mejor-, se facilitan con estos ‘gadget’ y han hecho de la lectura una injusta opción más que secundaria, argumentando muchos puntos que a menudo suenan a pretextos para no leer un libro, arguyendo que son caros, pesados, aburridos, extensos y muchos etcéteras por el estilo, que indican claramente la apatía que hoy existe entre el público joven que se supone más ávido de conocimientos en cultura general. De recordación, ni hablamos.

Es con este fin que me di a la tarea de buscar material que no resultara tedioso y tocara el tema de manera ágil y entretenida. Encontré entre mis curiosidades un artículo que tiene más de una década de publicado, en el que su autor, el escritor español Jesús Galera, atraído por los orígenes etimológicos greco latinos, hace un comparativo muy ilustrador entre las palabras “libro” y “libre”, avocándose a la tarea de estudiar sus respectivas raíces, descubriendo posteriormente que ambas palabras descienden den un mismo vocablo latino: liber.


Con el término liber, los antiguos denominaban a la corteza del árbol o a la delgada lámina que, de entre la corteza y la madera del árbol se extraía y que se utilizaba para escribir. Como resulta comprensible, pasado el tiempo, el término en cuestión se convirtió en el apelativo castellano del libro.


Por otra parte, la misma palabra latina liber, también significaba -libre- y se originó posiblemente, en la necesidad de señalar el estado que adquiere la corteza de árbol o la lámina obtenida del mismo, al ser separada o liberada, estado que se aplicaría por analogía, al ser humano.


Desde luego, que esta relación etimológica entre las palabras libro y libre resulta ser muy afortunada, pues pocos términos hay tan dignos que, a su vez, resulten ser hermanos; pero, además, la relación entre ambas voces va mucho más allá de las fronteras etimológicas, puesto que conceptualmente pocos vocablos son tan complementarios. Es que el hombre, mientras más amplía su horizonte de la verdad, a la que por naturaleza tiende, más desea ser libre, puesto que está hecho para la libertad; de otra forma no habría sido provisto de esa enorme capacidad de elección que dispone.


Precisamente es en esta relación verdad/libertad en la que el libro juega un papel esencial, porque de otra manera ¿dónde encontraría el ser humano el camino del conocimiento, el camino de la verdad, si no en los hombres sabios y en los buenos libros? y ¿no es acaso que los hombres sabios mueren y los libros se perpetúan?


Por lo tanto, el hombre que mejor quiera elegir, ha de saber; y para saber más, ha de leer más y mejores libros, pues son éstos el recipiente en que se acumula y se atesora el conocimiento universal.


Haciendo un resumen de lo expuesto líneas arriba, concluyo que las palabras castellanas “libro” y “libre” descienden de un mismo vocablo latino: liber. Por su parte, el hombre aspira por vocación y necesidad a la verdad y a la libertad, resultando que para ejercer mejor esta última, más necesitará de la primera, a la que podrá llegar sin ninguna duda, a través de los buenos oficios de un buen libro.

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