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El Gozo del Descubrimiento

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Por Joaquín Fernández Rizo/ Arquitecto, Gourmet, Gourmand y Tragón Mexicano.

“El academismo es una manera de no pensar que conviene a quienes temen las horas angustiosas de la invención, compensadas, sin embargo, por las horas de gozo del descubrimiento”. Le Corbusier.



Desde que me acuerdo he sido rebelde y contestatario, no me gusta que me digan qué hacer, qué decir, qué ponerme y mucho menos qué comer, y en 1982, con 21 años de edad, lo era más. Entonces cursaba el octavo semestre de arquitectura, venía regresando de un intercambio de seis meses con la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Arizona, donde la libertad para diseñar era eso, libertad, mientras que en México seguíamos tendencias y un academismo no riguroso, pero sí muy marcado de la Escuela Mexicana de Arquitectura.


Fue ese viernes 15 de enero, cuando distraído de la clase que el profesor dictaba, me puse a recordar y transcribir en mi libreta el texto que Le Corbusier, entre muchas cosas, escribió en su libro “Mensaje a los estudiantes de arquitectura”.

El gozo del descubrimiento remató…Él hablaba de la invención, y de la arquitectura, por supuesto. Sin embargo, no pude evitar asociarlo con una frase que mi padre me decía con frecuencia. Era una frase del politólogo, abogado, melómano, gourmet y gourmand francés Brillat Savarín; Jean Anthelme, su nombre de pila.

Pues bien, este afamado e insolente gourmand escribió en su libro Physiologie du Gout (1825) “Que el descubrimiento de un nuevo plato hace más por la felicidad de la humanidad que el descubrimiento de una nueva estrella” Estrellas hay ya bastantes” decía.




Fue cuando entendí, gracias a este par y a mi padre (quien por cierto también era un gourmand), que yo tenía una predisposición innata a buscar el descubrimiento, y que en el descubrimiento hay gozo y felicidad. Un gozo al que nadie debe renunciar, pero desgraciadamente hoy todo es seguir tendencias; nos dicen qué vestir, qué escuchar, y por supuesto, qué y dónde debemos comer. De beber no se diga, hay listas de los 10, 50 o 100 vinos que hay que probar, diseñadas por prescriptores que nos eximen del placer del descubrimiento. Ya nos dicen a qué sabe, las características que debemos encontrar, y que es bueno porque le han dado 90 o más puntos, y ahí estamos, tratando de justificar que no fuimos engañados o encaminados a la estandarización de nuestro gusto.

El gusto es algo tan personal, que en mi opinión no debe ser supeditado a influencias trendy promovidas por profesionales del marketing, cuyo fin es vendernos un producto. Nos lo venden con la idea de facilitarnos la vida. No busques, te dicen sin decírtelo, para qué si aquí te enlisto los mejores restaurantes, y los vinos de 100 puntos para que puedas presumir que consumes solo lo mejor. Qué tedio, ¿no? Ir de la mano de los que se aventuraron a descubrir lugares, estilos, vinos y platillos, etc., pero sobre todo ha de ser triste permitir la estandarización de algo que es íntimamente personal: el gusto.

El gusto entendido como lo que intrínseca y personalmente nos gusta, no como lo que “nos debe” gustar. Eventualmente, seguir algunas recomendaciones de esos famosos críticos y prescriptores no está mal, porque podremos confirmar que no tienen ni mejor ni menor gusto que nosotros; que también tienen ojos, oídos, tacto, olfato y alrededor de 10,000 corpúsculos gustativos y, que igual que nosotros, buscan la armonía. Que sus preferencias son sus preferencias en un momento y un contexto dado, pero no el estándar de lo que hay que hacer, ver, comer o beber antes de morir.

El mundo es enorme y quedan muchos lugares, restaurantes, platillos y vinos por descubrir. Descúbrelos tú, ve a lugares donde nadie va, come en la fondita, prueba la comida de la calle; contrasta y come en el lujoso, compra ese vino raro, el de la etiqueta fea, el de la botella bonita y prueba también los caros. Descubre platillos, cocineros, sabores, texturas. Pide al chef que te sorprenda, al mesero que te sirva de lo que sirvieron a los empleados. ¡Viaja! párate en la fonda de la carretera, compra donas de chocolate en la gasolinera, no te pierdas el manjar de una tortilla recién hecha y calientita con queso fresco y salsa de molcajete en esa casa de adobe y piso de tierra.

Son esas experiencias las que me inspiraron a desarrollar el concepto de Maridaje Callejero, que no es otra cosa más que aventuras donde la comida de la calle y los vinos se complementan increíblemente rompiendo estereotipos y la pesada carga de la ortodoxia, del academismo y del deber ser, para dar paso al descubrimiento de experiencias únicas, frescas y novedosas.

No esperes a que un prescriptor o influencer te lo platique. Descúbrelo por ti mismo curioso y goloso lector. Abandona la comodidad y la premisa del consumatio ergo sum, y aventúrate. Deja que tu instinto te lleve, sorpréndete, diviértete y goza con el descubrimiento. El mundo te está esperando.


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